jueves, 7 de febrero de 2013

un ser pequeño respecto a la inmensidad del universo, pero el único que ha sido hecho «a imagen de Dios»


BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Sala Pablo VI
Miércoles 6 de febrero de 2013

[Vídeo] 

 
Queridos hermanos y hermanas:

El Credo llama a Dios «Padre todopoderoso», y añade que es «Creador del cielo y de la tierra», como se dice al inicio de la Escritura: «Al principio creó Dios el cielo y la tierra». Dios es Padre en cuanto origen de la vida y, al crear, muestra su omnipotencia. Dios pone orden, armonía y belleza en todas las cosas, y no deja de su mano a sus criaturas. Así, el mundo creado muestra vestigios de la acción divina, bondadosa y cercana, que permiten vislumbrar la profunda verdad de la creación y el amor de que está impregnada, más allá de un examen meramente fáctico. Por la revelación, el creyente puede leer en el gran libro de la naturaleza quién es Dios como Creador y Padre. La cumbre de la creación es el hombre y la mujer, el ser humano: un ser pequeño respecto a la inmensidad del universo, pero el único que ha sido hecho «a imagen de Dios», capaz de entender la sabiduría de su obra, reconociendo y alabando a través de ella al Creador. Por eso goza de la especial protección de Dios, que fundamenta la inviolabilidad de la dignidad humana, frente a la tentación de ver en las personas simples objetos inanimados para la propia utilidad.

* * *

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo y a la Delegación de la Guardia Civil, con el Arzobispo castrense, el Señor Ministro del Interior y el Director General de ese Cuerpo, que ruega a la Virgen del Pilar la fuerza espiritual necesaria para su importante servicio a la sociedad española. Y saludo igualmente a los peregrinos venidos de España, Chile, México y otros países latinoamericanos. Que la fe en Dios, Padre y Creador, sea para todos fuente de serenidad y esperanza.

Muchas gracias.

 

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jueves, 6 de diciembre de 2012

Eminente científico y lider español provida recibe premio a su brillante trayectoria

“En Justo Aznar confluyen los valores de la entrega, la vocación, el compromiso ético y la defensa a ultranza de la vida” Alcaldesa de Valencia


El Dr. Justo Aznar Vicepresidente de la Fundación canónica Ciencia, Cultura y Vida Humana recibe el premio a la trayectoria profesional del Colegio de Médicos de Valencia comentando que; “SOLO SOY ALGUIEN QUE HA DESEADO TENER UNA FE PROFUNDA, UN AMOR INCUESTIONABLE A MI FAMILIA Y EL AFÁN DE LA PERSEVERANCIA COMO PROFESIONAL”

En su intervención en el acto, el Dr. Aznar ha agradecido a su “numerosa” familia su “apoyo y comprensión en su largo ejercicio de la profesión”, especialmente a su esposa: “Vicen es el timonel insustituible del barco familiar. Su trabajo, el de crear una familia, vale mucho más que cualquier otro y por supuesto que el que yo he desarrollado como responsable de un departamento hospitalario y de la labor investigadora que con más o menos fortuna he llevado a cabo. Todo esto pasa, pero la labor que ella ha llevado a cabo formando a nuestra familia trascenderá a nuestras propias vidas”.
A sus diez hijos y a sus 43 nietos, el Director del Instituto de Ciencias de la Vida les ha conminado a que, si algo deben recordar de él, es que su padre y abuelo solo fue alguien que luchó “por ser un hombre de profunda fe”, que tuvo un amor “incuestionable” a su familia y que, en su profesión, “fue un trabajador perseverante”. <br>
El Dr. Aznar ha agradecido “profundamente”, asimismo, el gesto al Colegio de Médicos de Valencia y, especialmente, a su presidenta, Rosa Fuster; ha afirmado, además, que es un “honor” unirse al grupo de cinco médicos valencianos que ha recibido el mismo galardón antes que él. “Es una satisfacción ser el primer médico de laboratorio que recibe este premio”, ha añadido.
“Si un laboratorio hospitalario redujera su labor a producir datos analíticos y a enviar cifras, estimo que este no merecería la calificación de clínico, pues sería una factoría de producción cuasi industrial, algo incompatible con la dignidad profesional del especialista investigador. Si así fuera, no me sorprende que los gestores de nuestros hospitales estén pensando en externalizar los laboratorios, en especial en esta época de crisis económica. Para proporcionar simplemente datos cuantitativos fiables, creo que empresas alienas al propio hospital cumplirían con solvencia ese objetivo”, ha advertido, pasando a un plano más científico.
Sin embargo, el Dr. Aznar ha subrayado que un laboratorio, para merecer el calificativo de clínico, “además de obtener los datos analíticos”, debe ampliar su labor “participando en la clínica, aportando los saberes de su campo profesional para el mejor diagnóstico y tratamiento de los pacientes”.
“Si ofrecen a los facultativos de los hospitales el sustrato técnico y de conocimientos necesario para poder desarrollar una fecunda labor de investigación, creo que esos laboratorios sí merecerían llamarse clínicos y, por supuesto, no podrían ser sustituidos por otros externos, que no podrían cumplir con su labor clínica e investigadora”, ha señalado.
Por su parte, la Dra. Rosa Fuster, Presidenta del Colegio de Médicos de Valencia, ha manifestado que el Dr. Aznar “no ha desentonado” con la escala de valores que un día le confesó tener: “Primero Dios, después la familia y, en tercer lugar, su profesión; Justo ha sabido ser un médico, padre y esposo eficiente”.

domingo, 4 de noviembre de 2012

La Iglesia Católica pionera del desarrollo científico

Más que la coherencia entre Fe y Razón los historiadores actuales demuestran que la Iglesia Católica sentó las bases y fue pionera en el desarrollo de la Ciencia en Occidente.



El Cardenal Antonio Cañizares hace un Prólogo para el libro "CÓMO LA IGLESIA CONSTRUYÓ LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL"  comenta como el Prof. Woods presenta la acción de la Iglesia Católica como la razón del florecimiento de la Ciencia y las Artes y sentó las bases del espíritu de investigación y el raciocinio científico que actualemnte es una característica principal de Occidente. 


domingo, 28 de octubre de 2012

Benedicto XVI El año de la Fe; La vida de la gracia es una excelencia de la vida humana


¿Por qué un Año de la fe? 
Benedicto XVI dio el motivo cuando anunció la convocación:
«La misión de la Iglesia, como la de Cristo, es esencialmente hablar de Dios, hacer memoria de su soberanía, recodar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su propia
identidad, el derecho de Aquel que todo le pertenece, es decir , nuestra vida. Precisamente
para dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia de conducir a los hombres
fuera del desierto en el que a menudo se encuentran hacia el lugar de la vida, la amistad
con Cristo que nos da la vida en plenitud».Observatore Romano


En este lugar se juzgó y condenó a Thomas Moro, siglos después un Papa por el cual murió trae la vida donde imperaba la muerte! Benedicto XVI; una luz que brilla en las tinieblas.

lunes, 2 de julio de 2012

La conciencia por Card. J H Newman

Hermann Geissler
Instituto Newman
Universidad Francisco de Victoria
Un año atrás, el 19 de septiembre de 2010, Benedicto XVI proclamó beato al famoso teólogo inglés John Henry Newman. Durante el encuentro navideño con la Curia romana, celebrado el 20 de diciembre de 2010, el Papa hablaba otra vez de Newman, recordando, entre otras cosas, la actualidad de su concepción de conciencia: «En el pensamiento moderno, la palabra "conciencia" significa que en materia de moral y de religión, la dimensión subjetiva, el individuo, constituye la última instancia de la decisión. [...] La concepción que Newman tiene de la conciencia es diametralmente opuesta. Para él "conciencia" significa la capacidad de verdad del hombre: la capacidad de reconocer en los ámbitos decisivos de su existencia -religión y moral- una verdad, "la" verdad. <br> La conciencia, la capacidad del hombre para reconocer la verdad, le impone al mismo tiempo el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentre. Conciencia es capacidad de verdad y obediencia en relación con la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto. El camino de las conversiones de Newman es un camino de la conciencia, no un camino de la subjetividad que se afirma, sino, por el contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se le abría».

Newman experimentó que conciencia y verdad se pertenecen, se sostienen y se iluminan recíprocamente; que la obediencia a la conciencia conduce a la obediencia a la verdad. Recurriendo frecuentemente a la experiencia propia, el pensamiento de Newman sobre la conciencia es moderno y personalista, caracterizado por una evidente impronta agustiniana. Para entrar en la cuestión, es necesario al principio describir brevemente el significado de la conciencia según Newman.

Con el tiempo, el término conciencia ha asumido múltiples significados, que en parte son incluso contradictorios entre sí. Newman -se lee en Sermon Notes- describe el motivo central de estos contrastes con las siguientes palabras: «En cuanto a la conciencia, para el hombre existen dos modalidades de seguirla. En la primera, la conciencia forma sólo una especie de intuición hacia lo que es oportuno, una tendencia que nos recomienda una cosa u otra. En la segunda, es el eco de la voz de Dios. Todo depende de esta diferencia. La primera vía no es la de la fe; la segunda lo es».
En la célebre Carta al Duque de Norfolk (1874), Newman profundiza en esta temática. Escribe al respecto: «Cuando los hombres apelan a los derechos de la conciencia, no entienden en absoluto los derechos del Creador, ni el deber que, tanto en el pensamiento como en la acción, tiene la criatura hacia Él. Ellos entienden el derecho de pensar, hablar, escribir y actuar según el propio juicio y el propio ánimo sin pensar en Dios (...). La conciencia tiene derechos porque tiene deberes; pero al día de hoy, para buena parte de la gente, el derecho y la libertad de conciencia consisten precisamente en desembarazarse de la conciencia, en ignorar al Legislador y Juez, en ser independientes de obligaciones que no se ven. Consiste en la libertad de abrazar o no una religión (...). La conciencia es una consejera severa, pero en este siglo se ha reemplazado con una falsificación de la que los dieciocho siglos precedentes jamás habían oído hablar o de la que, si hubieran oído, nunca se habrían dejado engañar: es el derecho a actuar según el propio placer».

Esta descripción vale sustancialmente también para nuestro tiempo: la conciencia se confunde hoy frecuentemente con la opinión personal, el sentimiento subjetivo, el arbitrio. Para muchos ya no significa la responsabilidad de la criatura frente al Otro, sino la total independencia, la absoluta autonomía, la pura subjetividad. El santuario de la conciencia ha sido «desacralizado». La responsabilidad frente al Otro se ha desterrado de la conciencia. Las consecuencias de esta interpretación secularizada de la conciencia están dolorosamente a la vista. Emancipándose de la responsabilidad respecto a Dios, de hecho el hombre tiende a segregarse hasta del prójimo. Vive en el mundo del propio yo, a menudo sin preocuparse del otro, sin interesarse por el prójimo, sin sentirse corresponsable del otro. El puro individualismo, la búsqueda ilimitada del placer y del poder y la complacencia sin límites oscurecen el mundo y hacen cada vez más difícil la convivencia pacífica entre los hombres.
Newman en cambio defiende decididamente el significado trascendente de la conciencia.

Para él la conciencia no es una realidad puramente autónoma, sino esencialmente teocéntrica -un «santuario» en el cual el Otro se dirige personalmente a cada alma-. Con los grandes doctores de la Iglesia él confirma que el Creador ha impreso su ley en la criatura racional. «Esta ley, en cuanto es percibida por la mente de cada hombre, se llama "conciencia" y aunque pueda sufrir refracciones distintas al pasar a través de la inteligencia de cada ser humano, no por ello se resquebraja hasta el punto de perder su carácter de ley divina, sino que sigue manteniendo, como tal, el derecho a ser obedecida».

El propio Newman describe el significado y la dignidad de la conciencia con palabras maravillosas: «La norma y la medida del deber no es la utilidad, ni la conveniencia, ni la felicidad del mayor número de personas, ni la razón de Estado, ni la oportunidad, ni el orden o el pulchrum. La conciencia no es un egoísmo clarividente, ni el deseo de ser coherentes con uno mismo, sino la mensajera de Aquél que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, nos habla tras un velo y nos amaestra y nos gobierna por medio de sus representantes. La conciencia es el originario vicario de Cristo, profética en sus palabras, soberana en su perentoriedad, sacerdotal en sus bendiciones y en sus anatemas; y si alguna vez decayera en la Iglesia el eterno sacerdocio, en la conciencia permanecería el principio sacerdotal y ella tendría su dominio».

En la conciencia el hombre no percibe sólo la voz del propio yo. Newman compara la conciencia con un mensajero de Dios que nos habla como detrás de un velo. Se atreve incluso a denominar la conciencia como el originario vicario de Cristo y de atribuirle los tres «oficios» mesiánicos del profeta, del rey y del sacerdote. La conciencia es profeta en cuanto que predice si una acción es buena o no; es rey porque nos manda con autoridad: haz esto, evita lo otro; es sacerdote en cuanto que nos «bendice» después de haber realizado una acción buena -esto significa no sólo la experiencia gratificante de la buena conciencia, sino también la bendición que el bien comporta siempre para el hombre y para el mundo- o nos «condena» tras una mala acción -o sea, expresión de la mala conciencia y de las consecuencias negativas del pecado en el hombre y en la sociedad-. Para nosotros es importante que, según Newman, la conciencia está esencialmente enlazada con la responsabilidad respecto al Otro, en cuanto que constituye un principio inscrito en la naturaleza de cada hombre que requiere obediencia, debe formarse y se remite por encima de nosotros mismos -hacia Dios, por el bien propio y ajeno.

En su obra maestra Gramática del asentimiento (1870) busca elaborar una «prueba» de Dios a partir de la experiencia de la conciencia. Analizando la experiencia de la conciencia, distingue entre el «sentido moral» (moral sense) y el «sentido del deber» (sense of duty). Con el sentido moral entiende el juicio de la razón sobre la bondad o maldad de una acción determinada. El sentido del deber, en cambio, es el mandato autorizado de realizar la acción reconocida como buena y evitar aquella reconocida como mala. En sus reflexiones, Newman parte sobre todo de este segundo aspecto de la experiencia de la conciencia.

Siendo «imperativa y cogente, como ningún otro imperativo en toda nuestra experiencia», la conciencia «ejerce una profunda influencia en nuestros afectos y emociones». De modo simplificado podríamos resumir el pensamiento de Newman -que no hay que confundir con un puro psicologismo- de la siguiente manera: cuando seguimos el dictado de la conciencia, nos llenamos de felicidad, alegría y paz. Si no obedecemos esta voz interior, sentimos vergüenza, espanto y temor. Newman interpreta esta experiencia así: «Si, como es el caso, nos sentimos responsables, nos avergonzamos, nos horrorizamos por haber trasgredido la voz de la conciencia, esto supone que existe Alguien respecto a quien somos responsables, ante quien experimentamos vergüenza, cuyas pretensiones tememos. Si al hacer el mal experimentamos el mismo disgusto doliente y desgarrador que nos arrolla cuando ofendemos a nuestra madre; si al hacer el bien gozamos de la misma serenidad luminosa del espíritu, de la misma alegría lenitiva y satisfactoria que deriva de un elogio recibido del padre, ciertamente tenemos en nuestro interior la imagen de una persona a la que contemplan nuestro amor y nuestra veneración, en cuya sonrisa hallamos nuestra felicidad, por quien sentimos ternura, a quien dirigimos nuestras invocaciones, por cuya ira nos preocupamos y consumimos (...), así los fenómenos de la conciencia, entendida como imperativo, sirven para imprimir en la imaginación la imagen de un regidor Supremo, un Juez, santo, justo, poderoso, omnisciente, punitivo».

Frente a las tradicionales «pruebas de Dios», Newman afirma que prefiere la vía hacia Dios a partir de la conciencia. Algunos ven en esta postura una limitación en el pensamiento de Newman, reprochándole haber exagerado la dimensión de la interioridad del hombre. En realidad Newman no niega las tradicionales «pruebas de Dios», sino que es del parecer de que éstas conducen al hombre sólo a una imagen abstracta de Dios: a un primer Motor, a quien ordena todas las cosas, un Creador y Guía del mundo. Su vía de la conciencia en cambio conduce al hombre hacia un Dios que está en una relación personal con cada uno, que le habla, le muestra sus defectos, le llama a la conversión, le guía al conocimiento de la verdad, le impulsa a hacer el bien, se presenta como su supremo Señor y Juez. Las actitudes morales fundamentales, que brotan de la obediencia a la conciencia, forman, siguiendo a Newman, el «organum investigandi que se nos ha dado para ganar la verdad religiosa: esto conduciría a la mente, con una sucesión infalible, desde el rechazo del ateísmo al teísmo y del teísmo al cristianismo, y del cristianismo a la religión evangélica, y de ésta al catolicismo». En la Apología, Newman afirma de modo audaz: «Llegué a la conclusión de que, en una verdadera filosofía, no había solución intermedia entre el ateísmo y el catolicismo, y que un espíritu plenamente coherente, en las circunstancias en que se halla aquí abajo, debe abrazar o el uno o el otro. Y estoy sin embargo convencido de esto: yo soy católico en virtud de mi fe en Dios; y si se me pregunta por qué creo en Dios, respondo: porque creo en mí mismo. Encuentro, en efecto, imposible creer en mi propia existencia (y de este hecho estoy perfectamente seguro) sin creer también en la existencia de Quien vive en mi conciencia como un Ser Personal, que todo ve, todo juzga».

Las afirmaciones más relevantes sobre el tema conciencia e Iglesia se encuentran en la citada Carta al Duque de Norfolk. En este ensayo, Newman rechaza la acusación de que tras la proclamación del dogma sobre la infalibilidad del Papa, los católicos ya no podrían servir al Estado como buenos ciudadanos, pues estarían obligados a entregar la propia conciencia al Papa. Para responder a semejantes ideas, entonces difundidas en Inglaterra, Newman aclara de manera magistral la relación entre la autoridad de la conciencia y la autoridad del Papa.

La autoridad del Papa está fundada en la revelación, expresión de la bondad divina respecto al hombre. Dios ha entregado su revelación a la Iglesia y, en virtud de su Espíritu, se hace garante de que ésta sea preservada, interpretada y transmitida de modo infalible en la Iglesia y por medio de la Iglesia. Si una persona acoge en la fe esta misión de la Iglesia, entiende en su propia conciencia que debe obedecer a la Iglesia y al Papa. Newman, en consecuencia, puede escribir: «Si el vicario de Cristo hablara contra la conciencia, en el auténtico significado del término, cometería un suicidio; suprimirá la base sobre la que se apoyan sus pies. Su auténtica misión es proclamar la ley moral; proteger y reforzar esa "Luz que ilumina a cada hombre que viene a este mundo". Sobre la ley y sobre la santidad de la conciencia se fundan tanto su autoridad en teoría como su poder en la práctica (...). Su raison d'être es la de ser el ejemplo de la ley moral y de la conciencia. La realidad de su misión es la respuesta al lamento de cuantos sienten la insuficiencia de la luz natural; y la insuficiencia de esta luz es la justificación de su misión» (Carta al Duque de Norfolk). No obedecemos al Papa porque alguien nos obliga a hacerlo, sino porque estamos personalmente convencidos en la fe de que el Señor -a través de él y de los obispos en comunión con él- guía a la Iglesia preservándola en la verdad.

La conciencia formada por la fe conduce al hombre a la obediencia libre y madura respecto al Papa. Por otro lado, la Iglesia, el Papa y los obispos iluminan la conciencia necesitada de un apoyo claro y preciso. Newman afirma: «el sentimiento de lo justo y de lo injusto, que en la religión es el primer elemento, es tan delicado, tan irregular, tan fácil de confundirse, de oscurecerse, pervertirse, tan sutil en sus métodos de razonamiento, tan maleable desde la educación, tan influenciado por el orgullo y las pasiones, tan inestable en su curso que, en la lucha por la existencia, entre los múltiples ejercicios y triunfos de la mente humana, este sentimiento al mismo tiempo es el mayor y el más oscuro de los maestros; y la Iglesia, el Papa, la jerarquía constituyen, en la Providencia divina, la respuesta a una necesidad urgente».

Al respecto la Iglesia es una gran ayuda no sólo para la conciencia del creyente individual. Ofrece también un servicio insustituible para la sociedad como abogada de los derechos y de las libertades inalienables de los hombres. Esos derechos y libertades, enraizados en la dignidad de la persona humana, forman la base de los Estados constitucionales modernos, pero como tales no pueden someterse a las reglas democráticas mayoritarias. Defendiendo la dignidad de la persona humana, creada por Dios y redimida por Cristo, y subrayando sus derechos y deberes fundamentales, la Iglesia cumple por lo tanto una misión de extraordinaria importancia para las sociedades modernas.

De acuerdo con Newman no puede existir un choque directo entre la conciencia y la doctrina de la Iglesia. La conciencia, en efecto, carece de competencia en las cuestiones de la doctrina revelada, custodiada de modo infalible por la Iglesia. Newman sabe que «en las cosas doctrinales "la majestad de la conciencia" no es el tribunal adecuado para aquello que querría tener como afirmación válida sobre la materia». Si una persona acoge una doctrina revelada y enseñada por la Iglesia, no se trata prioritariamente de una cuestión de conciencia, sino de fe. Así que un creyente que considera que debe rechazar una doctrina de fe, no puede remitirse a su conciencia. O mejor, su conciencia ya no está iluminada por la fe. La conciencia del fiel siempre debe ser una conciencia eclesial formada por la fe.

Pero la autoridad de la Iglesia y del Papa tiene límites. No tiene nada en común con el arbitrio o con los modelos de dominio de este mundo, estando inseparablemente unida al sentido de fe infalible de todo el pueblo de Dios y a la misión específica de los teólogos. La autoridad de la Iglesia se refiere sólo al ámbito de la verdad revelada y necesaria para la salvación. Si el Papa toma decisiones en el terreno de la disciplina o de la administración, obviamente no se trata de intervenciones infalibles.

Sin embargo incluso aquí Newman ofrece criterios claros y precisos para el creyente: «Prima facie es su estricto deber, también por un sentido de lealtad, creer que el Papa tiene razón y actuar por ello en conformidad. Así que debe vencer esa mezquina, inicua, egoísta y vulgar propensión de la propia naturaleza, la cual, en cuanto oye hablar de mandato, se sitúa en contraposición al superior que lo ha impartido; se pregunta si este último no habrá ido más allá de sus propios derechos, complaciéndose en afrontar todo con escepticismo en los juicios y en la acción. No debe alimentar ningún testarudo propósito de ejercer el derecho de pensar, decir y hacer lo que le parece y apetece, sin preocuparse mínimamente de lo verdadero y de lo falso, de lo justo y de lo injusto, de la obligación misma de la obediencia, si es posible, y de ese amor que nos impulsa a hablar como habla el propio superior y a estar siempre a su lado en cualquier caso. Si esta regla fundamental se observara, los conflictos entre la autoridad del Pontífice y la autoridad de la conciencia serían extremadamente raros. Por otro lado, al ser, en los casos extraordinarios, la conciencia de cada uno libre de actuar según el propio talento, tenemos la garantía y la seguridad (...) de que ningún Papa jamás podrá crear para sus objetivos personales (...) una falsa conciencia» (Carta al Duque de Norfolk).

Newman concluye sus afirmaciones sobre la conciencia en la Carta al Duque de Norfolk con el siguiente brindis famoso: «Si fuera obligado a introducir la religión en los brindis después de un almuerzo (cosa que, en verdad, no me parece lo más oportuno), brindaré, si deseáis, por el Papa; sin embargo, antes por la Conciencia; después por el Papa». Esta ocurrencia, que expresa también el fino humor de Newman, significa ante todo que nuestra obediencia al Papa no es una obediencia ciega, sino sostenida por la conciencia formada por la racionalidad de la fe. Quien en la fe ha acogido la misión del Papa, le escuchará por convicción personal de conciencia. En este sentido, primero viene la conciencia, aquella iluminada por la fe; y después el Papa.
Mantiene decididamente Newman la correlación entre conciencia e Iglesia. No es posible remitirse a él o a su citado brindis para contraponer la autoridad de la conciencia con la del Papa. Ambas autoridades, la subjetiva y la objetiva, permanecen dependientes una de otra. Hoy la palabra conciencia es un término equívoco y frecuentemente malentendido. Con su camino de vida y su sólida doctrina, el beato John Henry Newman puede ayudarnos a redescubrir el verdadero significado de la conciencia como eco de la voz de Dios, rechazando al mismo tiempo interpretaciones insuficientes y erradas. Newman siempre afirmó plenamente la dignidad de la conciencia subjetiva, sin desviarse jamás de la verdad objetiva. Él no diría: conciencia sí - Dios o fe o Iglesia no; sino más bien: conciencia sí - y precisamente por eso Dios y fe e Iglesia sí. La conciencia es la abogada de la verdad en nuestro corazón; es «el originario vicario de Cristo».

viernes, 15 de junio de 2012

DIGNITATES PERSONAE



CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
SÍNTESIS DE LA INSTRUCCIÓN
DIGNITAS PERSONÆ SOBRE ALGUNAS CUESTIONES DE BIOÉTICA

A PROPÓSITO DE LA INSTRUCCIÓN
DIGNITAS PERSONÆ


 

Objetivo

En los últimos años las ciencias biomédicas han avanzado considerablemente. Estos avances han abierto nuevas perspectivas terapéuticas pero también han suscitado serios interrogantes que no fueron explícitamente afrontados en la Instrucción Donum vitæ (22 de febrero de 1987). La nueva Instrucción, fechada el 8 de septiembre de 2008, Fiesta de la Natividad de la Virgen María, tiene la intención de responder a algunas nuevas cuestiones en el campo de la Bioética, que suscitan esperanzas pero también perplejidades en sectores cada vez más vastos de la sociedad. En este sentido se «busca promover la formación de las conciencias» (n. 10) y animar una investigación biomédica respetuosa de la dignidad de todo ser humano y de la procreación.
Título

La Instrucción comienza con las palabras Dignitas personæ – la dignidad de la persona, que se le debe reconocer a todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural. Este principio fundamental «expresa un gran "sí" a la vida humana», la cual «debe ocupar un lugar central en la reflexión ética sobre la investigación biomédica» (n. 1).
Valor

Se trata de una «Instrucción e naturaleza doctrinal» (n. 1), emanada por la Congregación para la Doctrina de la Fe y aprobada expresamente por el Santo Padre Benedicto XVI. La Instrucción, por lo tanto, pertenece a los documentos que «participan del magisterio ordinario del Sumo Pontífice» (Instrucción Donum veritatis, n. 18), que ha de ser acogido por los fieles «con asentimiento religioso» (Instrucción Dignitas personæ, n. 37).
Preparación

Desde hace varios años la Congregación para la Doctrina de la Fe estudia las nuevas cuestiones biomédicas con el objeto de actualizar la Instrucción Donum vitæ. Para examinar esas cuestiones nuevas «se han tenido siempre presentes los aspectos científicos correspondientes, aprovechando los estudios llevados a cabo por la Pontificia Academia para la Vida y las aportaciones de un gran número de expertos, para confrontarlos con los principios de la antropología cristiana. Las Encíclicas Veritatis splendor y Evangelium vitæ de Juan Pablo II, y otras intervenciones del Magisterio, ofrecen indicaciones claras acerca del método y del contenido para el examen de los problemas considerados» (n. 2).
Destinatarios

La Instrucción «se dirige a los fieles cristianos y a todos los que buscan la verdad» (n. 3). Cuando la Iglesia propone principios y valoraciones morales para la investigación biomédica sobre la vida humana, «se vale de la razón y de la fe, contribuyendo así a elaborar una visión integral del hombre y de su vocación, capaz de acoger todo lo bueno que surge de las obras humanas y de las tradiciones culturales y religiosas, que frecuentemente muestran una gran reverencia por la vida» (n. 3).
Estructura

La Instrucción «comprende tres partes: la primera recuerda algunos aspectos antropológicos, teológicos y éticos de importancia fundamental; la segunda afronta nuevos problemas relativos a la procreación; la tercera parte examina algunas nuevas propuestas terapéuticas que implican la manipulación del embrión o del patrimonio genético humano» (n. 3).
Primera parte:
Aspectos antropológicos, teológicos y éticos de la vida y la procreación humana


 

Los dos principios fundamentales

«El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida» (n. 4). «El origen de la vida humana… tiene su auténtico contexto en el matrimonio y la familia, donde es generada por medio de un acto que expresa el amor recíproco entre el hombre y la mujer. Una procreación verdaderamente responsable para con quien ha de nacer es fruto del matrimonio» (n. 6).
Fe y dignidad humana

«La Iglesia tiene la convicción de que la fe no sólo acoge y respeta lo que es humano, sino que también lo purifica, lo eleva y lo perfecciona» (n. 7). Dios ha creado a todos los seres humanos a su imagen; en su Hijo encarnado ha revelado plenamente el misterio del hombre; el Hijo hace que podamos llegar a ser hijos de Dios. «A partir del conjunto de estas dos dimensiones, la humana y la divina, se entiende mejor el por qué del valor inviolable del hombre: él posee una vocación eterna y está llamado a compartir el amor trinitario del Dios vivo» (n. 8).
Fe y vida matrimonial

«Las dimensiones natural y sobrenatural de la vida humana, permiten también comprender mejor en qué sentido los actos que conceden al ser humano la existencia, en los que el hombre y la mujer se entregan mutualmente, son un reflejo del amor trinitario. Dios, que es amor y vida, ha inscrito en el varón y en la mujer la llamada a una especial participación en su misterio de comunión personal y en su obra de Creador y de Padre… El Espíritu Santo infundido en la celebración sacramental ofrece a los esposos cristianos el don de una comunión nueva de amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús» (n. 9).
Magisterio eclesiástico y autonomía de la ciencia

«Juzgando desde el punto de vista ético algunos resultados de las recientes investigaciones de la medicina sobre el hombre y sus orígenes, la Iglesia no interviene en el ámbito de la ciencia médica como tal, sino que invita a los interesados a actuar con responsabilidad ética y social. Ella les recuerda que el valor ético de la ciencia biomédica se mide en referencia tanto al respeto incondicional debido a cada ser humano, en todos los momentos de su existencia, como a la tutela de la especificidad de los actos personales que transmiten la vida» (n. 10).
Segunda parte:
Nuevos problemas relativos a la procreación


 

Técnicas de asistencia a la fertilidad

Entre las técnicas para superar la infertilidad se encuentran las siguientes:
«la técnicas de fecundación artificial heteróloga» (n. 12): son las «técnicas ordenadas a obtener artificialmente una concepción humana, a partir de gametos procedentes de al menos un donador diverso de los esposos unidos en matrimonio» (nota 22); «las técnicas de fecundación artificial homóloga» (n. 12): «las técnicas dirigidas a lograr la concepción humana a partir de los gametos de dos esposos unidos en matrimonio» (nota 23); «las técnicas que se configuran como una ayuda al acto conyugal y a su fecundidad» (n. 12); «las intervenciones que tienen por finalidad remover los obstáculos que impiden la fertilidad natural» (n. 13); «el procedimiento de adopción» (n. 13). Al respecto, son lícitas todas las técnicas que respetan «el derecho a la vida y a la integridad física de cada ser humano», «la unidad del matrimonio, que implica el respeto recíproco del derecho de los cónyuges a convertirse en padre y madre solamente el uno a través del otro» y «los valores específicamente humanos de la sexualidad, que «exigen que la procreación de una persona humana sea querida como el fruto del acto conyugal específico del amor entre los esposos» (n. 12).
Son «admisibles las técnicas que se configuran como una ayuda al acto conyugal y a su fecundidad… El acto médico es respetuoso de la dignidad de las personas cuando se dirige a ayudar el acto conyugal, ya sea para facilitar su realización, o para que el acto normalmente realizado consiga su fin» (n. 12). «Son ciertamente lícitas las intervenciones que tienen por finalidad remover los obstáculos que impiden la fertilidad natural» (n. 13). «Habría que alentar, promover y facilitar… el procedimiento de adopción de los numerosos niños huérfanos». Es importante estimular «las investigaciones e inversiones dedicadas a la prevención de la esterilidad» (n. 13).
Fecundación in vitro y eliminación voluntaria de embriones

La experiencia de los últimos años ha demostrado que en el contexto de las técnicas de fecundación in vitro «el número de embriones sacrificados es altísimo» (n. 14): arriba del 80% en los centros más importantes (cf. nota 27). «Los embriones defectuosos, producidos in vitro, son directamente descartados»; muchas parejas «recurren a las técnicas de procreación artificial con el único objetivo de poder hacer una selección genética de sus hijos»; entre los embriones producidos in vitro «un cierto número es transferido al seno materno, mientras los demás se congelan»; la técnica de la transferencia múltiple, o sea «de un número mayor de embriones con respecto al hijo deseado, previendo que algunos se pierdan…, lleva de hecho a un trato puramente instrumental de los embriones» (n. 15).
«La aceptación pasiva de la altísima tasa de pérdidas (abortos) producidas por las técnicas de fecundación in vitro demuestra con elocuencia que la substitución del acto conyugal con un procedimiento técnico… contribuye a debilitar la conciencia del respeto que se le debe a cada ser humano. Por el contrario, la conciencia de tal respeto se ve favorecida por la intimidad de los esposos animada por el amor conyugal… Frente a la instrumentalización del ser humano en el estadio embrionario, hay que repetir que el amor de Dios no hace diferencia entre el recién concebido, aún en el seno de su madre, y el niño o el joven o el hombre maduro o el anciano. No hace diferencia, porque en cada uno de ellos ve la huella de su imagen y semejanza… Por eso el Magisterio de la Iglesia ha proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su concepción hasta su fin natural» (n. 16).
La Inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI)

Es una variante de la fecundación in vitro, en la que «la fecundación no ocurre espontáneamente en la probeta, sino a través de la inyección en el citoplasma del óvulo de un solo espermatozoide previamente seleccionado, y a veces a través de la inyección de elementos inmaduros de la línea germinal masculina» (nota 32).
Esa técnica es moralmente ilícita: «supone una completa disociación entre la procreación y el acto conyugal», «se realiza fuera del cuerpo de los cónyuges por medio de gestos de terceras personas, cuya competencia y actividad técnica determina el éxito de la intervención; confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana» (n. 17).
El congelamiento de embriones

«Para no repetir la extracción de óvulos de la mujer, se procede a una única extracción múltiple, seguida por la crioconservación de una parte importante de los embriones producidos in vitro. Esto se hace previendo la posibilidad de un segundo ciclo de tratamiento, en el caso de que fracase el primero, o bien porque los padres podrían querer otro embarazo» (n. 18). El congelamiento o la crioconservación en relación a los embriones «es un procedimiento de enfriamiento a bajísimas temperaturas para permitir una larga conservación» (nota 35).
«La crioconservación es incompatible con el respeto debido a los embriones humanos: presupone su producción in vitro; los expone a graves riesgos de muerte o de daño a su integridad física, en cuanto un alto porcentaje no sobrevive al procedimiento de congelación y descongelación; los priva al menos temporalmente de la acogida y gestación materna; los pone en una situación susceptible de ulteriores ofensas y manipulaciones» (n. 18). En lo que se refiere al gran número de embriones congelados ya existentes, ¿qué hacer con ellos? Al respecto, todas las propuestas presentadas (usarlos para la investigación o destinarlos a usos terapéuticos; descongelarlos y, sin activarlos usarlos para la investigación como si fueran simples cadáveres; ponerlos a disposición de las parejas infértiles, como "terapia de la infertilidad"; proceder a una forma de "adopción prenatal") ponen diferentes tipos de problemas. «En definitiva, es necesario constatar que los millares de embriones que se encuentran en estado de abandono determinan una situación de injusticia que es de hecho irreparable. Por ello Juan Pablo II dirigió una llamada a la conciencia de los responsables del mundo científico, y de modo particular a los médicos para que se detenga la producción de embriones humanos, teniendo en cuenta que no se vislumbra una salida moralmente lícita para el destino humano de los miles y miles de embriones "congelados", que son y siguen siendo siempre titulares de los derechos esenciales y que, por tanto, hay que tutelar jurídicamente como personas humanas» (n. 19).
El congelamiento de los óvulos

«Para evitar los graves problemas éticos suscitados por la crioconservación de embriones, en el ámbito de las técnicas de fecundación in vitro, se ha presentado la propuesta de congelar los óvulos» (n. 20).
Al respecto, la crioconservación de los óvulos, que en sí no es inmoral y se sitúa en otros contextos que aquí no son considerados, «en orden al proceso de procreación artificial es moralmente inaceptable» (n. 20).
La reducción embrionaria

«Algunas técnicas usadas en la procreación artificial, sobre todo la transferencia de varios embriones al seno materno, han dado lugar a un aumento significativo del porcentaje de embarazos múltiples. Debido a esto se ha ideado la llamada reducción embrionaria, que consiste en una intervención para reducir el número de embriones o fetos presentes en el seno materno mediante la directa supresión de algunos» (n. 21).
«Desde el punto de vista ético, la reducción embrionaria es un aborto intencional selectivo. Se trata, en efecto, de una eliminación deliberada y directa de uno o más seres humanos inocentes en la fase inicial de su existencia, y como tal constituye siempre un desorden moral grave» (n. 21).
El diagnóstico preimplantatorio

«El diagnóstico preimplantatorio es una forma de diagnóstico prenatal, vinculada a las técnicas de fecundación artificial, que prevé el diagnóstico genético de los embriones formados in vitro, antes de su traslado al seno materno. Se efectúa con objeto de tener la seguridad de trasladar a la madre sólo embriones sin defectos o con un sexo determinado o con algunas cualidades particulares» (n. 22).
A diferencia de «otros tipos de diagnóstico prenatal… al diagnóstico preimplantatorio… sigue ordinariamente la eliminación del embrión que ha sido designado como "sospechoso" de poseer defectos genéticos o cromosómicos, o de ser de un sexo no querido o de tener cualidades no deseadas. El diagnóstico preimplantatorio… se ordena de hecho a una selección cualitativa con la consecuente destrucción de embriones, la cual se configura como una práctica abortiva precoz… Tratando el embrión humano como simple "material de laboratorio", se produce también una alteración y una discriminación en lo que se refiere al concepto mismo de dignidad humana… Tal discriminación es inmoral y debería ser considerada jurídicamente inaceptable» (n. 22).
Nuevas formas de intercepción y contragestación

Hay medios técnicos que actúan después de la fecundación, una vez constituido el embrión.
«Estas técnicas son interceptivas cuando interceptan el embrión antes de su anidación en el útero materno» (n. 23), por ejemplo, a través del «espiral… y la llamada "píldora del día siguiente"» (nota 42). Son «contragestativas cuando provocan la eliminación del embrión apenas implantado» (n. 23), por ejemplo a través de «la píldora RU 486» (nota 43). Si bien es cierto que los interceptivos no provocan un aborto cada vez que se usan, pues no siempre se da la fecundación después de una relación sexual, hay que hacer notar «que la intencionalidad abortiva generalmente está presente en la persona que quiere impedir la implantación de un embrión en el caso de que hubiese sido concebido y que, por tanto, pide o prescribe fármacos interceptivos. En el caso de la contragestación «se trata del aborto de un embrión apenas anidado… El uso de los medios de intercepción y contragestación forma parte del pecado de aborto y es gravemente inmoral» (n. 23).
Tercera parte:
Nuevas propuestas terapéuticas que comportan la manipulación del embrión
o del patrimonio genético humano

La terapia génica

Por terapia génica se entiende «la aplicación al hombre de las técnicas de ingeniería genética con una finalidad terapéutica, es decir, con el objetivo de curar enfermedades de origen genético» (n. 25).
La terapia génica somática «se propone eliminar o reducir defectos genéticos presentes a nivel de células somáticas» (n. 25). La terapia génica germinal «apunta en cambio a corregir defectos genéticos presentes en células de la línea germinal, de modo que los efectos terapéuticos conseguidos sobre el sujeto se transmitan a su eventual descendencia» (n. 25). Desde el punto de vista ético hay que tener presente lo siguiente:
En lo que se refiere a las intervenciones de terapia génica somática, estas «son, en principio, moralmente lícitas… Puesto que la terapia génica puede comportar riesgos significativos para el paciente, hay que observar el principio deontológico general según el cual, para realizar una intervención terapéutica, es necesario asegurar previamente que el sujeto tratado no sea expuesto a riesgos para su salud o su integridad física, que sean excesivos o desproporcionados con respecto a la gravedad de la patología que se quiere curar. También se exige que el paciente, previamente informado, dé su consentimiento, o lo haga un legítimo representante suyo» (n. 26).
En lo se refiere a la terapia génica germinal, «los riesgos vinculados a cada manipulación genética son significativos y todavía poco controlables, en el estado actual de la investigación, no es moralmente admisible actuar de modo tal que los daños potenciales consiguientes se puedan difundir en la descendencia» (n. 26).
En lo se refiere a la hipótesis de la aplicación de la ingeniería genética con el presunto fin de mejorar y potenciar la dotación genética, tales manipulaciones favorecen «una mentalidad eugenésica e introducen indirectamente un estigma social en los que no poseen dotes particulares, mientras enfatizan otras cualidades que son apreciadas por determinadas culturas y sociedades, sin constituir de por sí lo que es específicamente humano. Esto contrasta con la verdad fundamental de la igualdad de todos los seres humanos, que se traduce en el principio de justicia, y cuya violación, a la larga, atenta contra la convivencia pacífica entre los hombres… Finalmente hay que notar que en el intento de crear un nuevo tipo de hombre se advierte fácilmente una cuestión ideológica: el hombre pretende sustituirse al Creador» (n. 27).
La clonación humana

Por clonación humana se entiende «la reproducción asexual y agámica de la totalidad del organismo humano, con objeto de producir una o varias "copias" substancialmente idénticas, desde el punto de vista genético, al único progenitor» (n. 28). «Las técnicas propuestas para realizar la clonación humana son dos: fisión gemelar y transferencia del núcleo. La fisión gemelar consiste en la separación artificial de células individuales o grupos de células del embrión, en las primeras fases del desarrollo, y en su subsiguiente traslado al útero, para conseguir artificialmente embriones idénticos. La transferencia de núcleo, o clonación propiamente dicha, consiste en la introducción de un núcleo extraído de una célula embrionaria o somática en un óvulo anteriormente privado de su núcleo, seguido por la activación de este óvulo que, por consiguiente, debería desarrollarse como embrión» (nota 47). «La clonación se propone con dos objetivos fundamentales: reproductivo, es decir, para conseguir el nacimiento de un niño clonado, y terapéutico o de investigación» (n. 28).
La clonación humana es «intrínsecamente ilícita pues… se propone dar origen a un nuevo ser humano sin conexión con el acto de recíproca donación entre dos cónyuges y, más radicalmente, sin ningún vínculo con la sexualidad. Tal circunstancia da lugar a abusos y a manipulaciones gravemente lesivas de la dignidad humana» (n. 28).
En lo que se refiere a la cloración reproductiva, «se impondría al sujeto clonado un patrimonio genético preordenado, sometiéndolo de hecho a una forma de esclavitud biológica de la que difícilmente podría liberarse. El hecho de que una persona se arrogue el derecho de determinar arbitrariamente las características genéticas de otra persona, representa una grave ofensa a la dignidad de esta última y a la igualdad fundamental entre los hombres… Cada uno de nosotros encuentra en el otro a un ser humano que debe su existencia y sus características personales al amor de Dios, del cual sólo el amor entre los cónyuges constituye una mediación conforme al designio de nuestro Creador y Padre del Cielo» (n. 29). En lo que refiere a la clonación terapéutica, es necesario precisar que «producir embriones con el propósito de destruirlos, aunque sea para ayudar a los enfermos, es totalmente incompatible con la dignidad humana, porque reduce la existencia de un ser humano, incluso en estado embrionario, a la categoría de instrumento que se usa y destruye. Es gravemente inmoral sacrificar una vida humana para finalidades terapéuticas» (n. 30).
El uso terapéutico de las células troncales

«Las células troncales o células madre son células indiferenciadas que poseen dos características fundamentales: a) la prolongada capacidad de multiplicarse sin diferenciarse; b) la capacidad de dar origen a células progenitoras de tránsito, de las que descienden células sumamente diferenciadas, por ejemplo, nerviosas, musculares o hemáticas. Desde la verificación experimental de que las células troncales transplantadas a un tejido dañado tienden a favorecer la repoblación de células y la regeneración del tejido, se han abierto nuevas perspectivas para la medicina regenerativa, que han suscitado gran interés entre los investigadores de todo el mundo» (n. 31).
Para la valoración ética, hay que considerar sobre todo los métodos de recolección de células troncales.
«Se deben considerar lícitos los métodos que no procuran grave daño al sujeto del que se extraen. Esta condición se verifica generalmente en el caso de: a) extracción de células de tejidos de un organismo adulto; b) de la sangre del cordón umbilical en el momento del parto; c) de los tejidos de fetos muertos de muerte natural» (n. 32). «La extracción de células troncales del embrión humano viviente causa inevitablemente su destrucción, resultando por consiguiente gravemente ilícita… En este caso «la investigación… no se pone verdaderamente al servicio de la humanidad, pues implica la supresión de vidas humanas que tienen igual dignidad que los demás individuos humanos y que los investigadores» (n. 32). «El uso de células troncales embrionarias o de células diferenciadas derivadas de ellas, que han sido eventualmente provistas por otros investigadores mediante la supresión de embriones o que están disponibles en comercio, pone serios problemas desde el punto de vista de la cooperación al mal y del escándalo» (n. 32). Se hace notar, de todas formas, que muchos estudios tienden a reconocer resultados más positivos a las células troncales adultas que a las embrionarias.
Los intentos de hibridación

«Recientemente se han utilizado óvulos de animales para la reprogramación de los núcleos de las células somáticas humanas… con el fin de extraer células troncales embrionarias de los embriones resultantes, sin tener que recurrir a la utilización de óvulos humanos» (n. 33).
«Desde un punto de vista ético, tales procedimientos constituyen una ofensa a la dignidad del ser humano, debido a la mezcla de elementos genéticos humanos y animales capaz de alterar la identidad específica del hombre» (n. 33).
La utilización de "material biológico" humano de origen ilícito
Para la investigación científica y la elaboración de distintos productos, a veces se usan embriones o líneas celulares que son el resultado de intervenciones ilícitas contra la vida o la integridad física del ser humano.
En relación a la experimentación con embriones, ello «constituye un delito en consideración a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a toda persona». Estas formas de experimentación constituyen siempre un desorden moral grave» (n. 34). obre el uso de los investigadores de "material biológico" de origen ilícito, que ha sido producido fuera de sus centros de investigación, o que se encuentra en comercio, «se debe salvaguardar además la exigencia moral de que no haya habido complicidad alguna con el aborto voluntario, y de evitar el peligro de escándalo. En ese sentido es insuficiente el criterio de independencia formulado por algunos comités de ética, según el cual sería éticamente lícita la utilización de "material biológico" de origen ilícito, a condición de que exista una separación clara entre los que producen, congelan y dan muerte a los embriones, y los investigadores que desarrollan la experimentación científica». Hay que precisar que «el deber de rechazar el "material biológico" deriva de la obligación de separarse, en el ejercicio de la propia actividad de investigación, de un marco legislativo gravemente injusto y de afirmar con claridad el valor de la vida humana… Por eso el mencionado criterio de independencia es necesario, pero puede ser éticamente insuficiente» (n. 35). «Por supuesto, dentro de este marco general existen diferentes grados de responsabilidad. Razones de particular gravedad podrían ser moralmente proporcionadas como para justificar el uso de ese "material biológico". Así, por ejemplo, el peligro para la salud de los niños podría autorizar a sus padres a utilizar una vacuna elaborada con líneas celulares de origen ilícito, quedando en pié el deber de expresar su desacuerdo al respecto y de pedir que los sistemas sanitarios pongan a disposición otros tipos de vacunas. Por otro lado, debemos tener en cuenta que en las empresas que utilizan líneas celulares de origen ilícito no es idéntica la responsabilidad de quienes deciden la orientación de la producción y la de aquéllos que no tienen poder de decisión» (n. 35).

 

  

martes, 12 de junio de 2012

FIDELIDAD AL PAPA POR EL PROPIO BENEDICTO XVI


                     Discurso de Benedicto XVI a la comunidad de la Pontificia

                                                Academia  Eclesiástica

lunes, 11 de junio de 2012

Doy las gracias, antes de nada, a Monseñor Beniamino Stella por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, así como también por el precioso servicio que realiza. Saludo con gran afecto a toda la comunidad de la Pontificia Academia Eclesiástica.

Me complace recibiros también este año, en el momento en que se concluyen las clases y, para algunos de vosotros, se acerca el día de partir para el servicio en las Representaciones Pontificias esparcidas por todo el mundo. El Papa cuenta con vosotros, para ayudarle en el desarrollo de su ministerio universal. Os invito a no tener temor, preparándoos con diligencia y seriedad a la misión que os espera, confiando en la fidelidad de Aquél que desde siempre os conoce y os ha llamado a la comunión con su Hijo Jesucristo (cf. 1 Co 1,9).

La fidelidad de Dios es la clave y la fuente de nuestra fidelidad. Hoy quisiera llamar vuestra atención precisamente sobre esta virtud, que expresa muy bien el vínculo especial entre el Papa y sus directos colaboradores, tanto en la Curia Romana como en las Representaciones Pontificias: un vínculo que para muchos tiene su raíz en el carácter sacerdotal del que están investidos, y se especifica después en la peculiar misión confiada a cada uno en el servicio al Sucesor de Pedro.

En el contexto bíblico, la fidelidad es sobre todo un atributo divino: Dios se nos da a conocer como Aquél que es fiel para siempre a la alianza que ha establecido con su pueblo, no obstante la infidelidad de éste. En su fidelidad, Dios garantiza el cumplimiento de su plan de amor, y por esto es también digno de fe y veraz. Es esta actitud divina la que crea en el hombre la posibilidad de ser, a su vez, fiel. Aplicada al hombre, la virtud de la fidelidad está profundamente unida al don sobrenatural de la fe, llegando a ser expresión de la solidez que caracteriza a quien ha puesto en Dios el fundamento de toda su vida. En la fe encontramos de hecho la única garantía de nuestra estabilidad (cf. Is 7,9b), y sólo a partir de ella podemos también nosotros ser verdaderamente fieles: en primer lugar con respecto a Dios, después hacia su familia, la Iglesia, que es madre y maestra, y en ella a nuestra vocación, a la historia en la que el Señor nos ha injertado.

Queridos amigos, en esta óptica os animo a vivir el vínculo personal con el Vicario de Cristo como parte de vuestra espiritualidad. Se trata, ciertamente, de un elemento característico de todo católico, y más aún de todo sacerdote. Sin embargo, para los que trabajan en la Santa Sede adquiere un carácter particular, desde el momento que ellos ponen al servicio del Sucesor de Pedro buena parte de sus propias energías, su tiempo y su ministerio cotidiano. Se trata de una grave responsabilidad, pero también de un don especial, que con el tiempo va desarrollando un vínculo afectivo con el Papa, de confianza interior, un idem sentire natural, que se expresa justamente con la palabra «fidelidad».

Y desde la fidelidad a Pedro, que os envía, deriva también una especial fidelidad hacia aquellos a los cuales sois enviados: de hecho, se pide a los Representantes del Romano Pontífice, y a sus colaboradores, de hacerse intérpretes de su solicitud por todas las Iglesias, así como de la cercanía y afecto con el que sigue el camino de cada pueblo. Debéis, por tanto, alimentar una relación de profunda estima y benevolencia, incluso diría de verdadera amistad, hacia las Iglesias y las comunidades a las cuales seréis enviados. También hacia ellas tenéis un deber de fidelidad, que se concreta en la dedicación asidua al trabajo cotidiano, en la presencia en medio de ellas en los momentos alegres y tristes, a veces incluso dramáticos de su historia, en la adquisición de un conocimiento profundo de su cultura, del camino eclesial, en el saber apreciar todo lo que la gracia divina ha obrado en cada pueblo y nación.

Se trata de una preciosa ayuda para el ministerio petrino, sobre el que el siervo de Dios Pablo VI decía lo siguiente: «El Pastor Eterno, al confiar a su Vicario la potestad de las llaves y constituirlo piedra y fundamento de su Iglesia, le confió también el mandato de "confirmar a los hermanos": esto no se verifica solamente cuando los guía o los mantiene unidos en su nombre, sino también cuando los sostiene y conforta, ciertamente con su palabra, pero de alguna manera también con su presencia» (Carta apos. Sollicitudo omnium ecclesiarum, 24 junio 1969: AAS 61 (1969) 473-474).

De esta forma, animaréis y estimularéis también a las Iglesias particulares a crecer en fidelidad al Romano Pontífice, y a encontrar en el principio de comunión con la Iglesia universal una orientación segura para su propia peregrinación en la historia. Y, no por último, ayudaréis al Sucesor de Pedro a ser fiel a la misión recibida de Cristo, permitiéndole conocer más de cerca la grey que se le ha confiado y hacerse presente en ella por medio de su palabra, su cercanía y su afecto. Pienso en este momento con gratitud en la ayuda que recibo cotidianamente de muchos colaboradores de la Curia Romana y de las Representaciones Pontificias, como también en el apoyo que me llega de la oración de innumerables hermanos y hermanas de todo el mundo.

Queridos amigos, en la medida en que seáis fieles, seréis también dignos de fe. Sabemos por otra parte que la fidelidad que se vive en la Iglesia y en la Santa Sede no es una lealtad «ciega», porque está iluminada por la fe en Aquél que ha dicho: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). Comprometámonos todos en este camino, para que un día escuchemos las palabras de la parábola evangélica dirigidas a nosotros: «Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu señor» (cf. Mt 25,21).

Con estos sentimientos, renuevo a Monseñor Presidente, a sus colaboradores, a las Hermanas Franciscanas Misioneras del Niño Jesús y a la toda la comunidad de la Pontificia Academia Eclesiástica mi saludo, al mismo tiempo que os bendigo de corazón.